Hoy deberíamos caminar en silencio, detener todos los
motores para escuchar la respiración de nuestra Madre Tierra. Seguro que el
viento, el canto de las aves, el tronar del mar sería lo único que se dejaría
oír por encima del silencio y podríamos todos los humanos del planeta por un
momento escuchar la voz que desde adentro nos habla.
El Día Mundial de la Madre Tierra debe servirnos para
comprender que habitamos el mundo, que sólo lo habitamos, que no podemos seguir
horadando ciegamente la diminuta partícula de materia que nos transporta
vertiginosamente por el cosmos.
Ensuciamos el agua que bebemos, envenenamos la tierra
que cultivamos y llevamos a nuestros labios y los de nuestros hijos alimentos
cargados de sustancias nocivas que mañana harán de nosotros y de nuestros hijos
enfermos irrecuperables.
Profanamos el cuerpo de la Madre Tierra,
permitiéndonos conductas que jamás nuestros ancestros se hubieran aceptado a si
mismos; nuestros antepasados, a los que desde la arrogancia contemporánea
llamamos primitivos...
La Madre Tierra, nuestra bondadosa dadora de vida está
herida, siguen voraces destruyéndola,
aún por encima de la advertencias que a diario colman los periódicos. Sordas
frente a todo argumento las potencias caminan hacia el abismo inexorable
queriendo arrastrarnos con ellas hasta el fondo.
Sin embargo, miles de millones de seres humanos
alrededor del mundo se resisten a ser conducidos pasivamente hacia la
destrucción total por las apetencias de poder y dinero de los grandes
consorcios transnacionales.
Son muchos ya los que han comprendido las dramáticas
dimensiones que han alcanzado los niveles de contaminación de las aguas, de los
suelos, del aire y los océanos. Somos millones de personas que hemos entendido,
que por encima de toda diferencia que pueda separarnos hay un destino común que
nos une y que de la salud de la Madre Tierra depende nuestra permanencia como
especie sobre este planeta.
Disminuir las emisiones de gases que afectan la capa
de ozono y que inciden sobre el calentamiento global, erradicar el uso de
transgénicos y pesticidas, reducir la
contaminación de las aguas, detener la destrucción de bosques y selvas donde
habitan especies vegetales y animales que pueden contribuir a la cura de
enfermedades que azotan a tantas personas.
Está en nuestras manos acabar con el hambre, haciendo
uso racional de los alimentos, cuyo volumen es es capaz de atender las necesidades alimentarias de la
humanidad, a través de una distribución planificada, para detener la muerte de
millones de niños que ha diario perecen a causa de la codicia de algunos pocos que concentran en sus manos
tanto poder.
Cuando hablamos de la Madre Tierra hablamos de
nosotros mismos, sabemos de nuestra dependencia hacia ella; somos la única
especie consciente de su propia existencia y de su finitud. Muchas de las
angustias que aquejan al ser humano en la actualidad, tienen su origen en la
evidente necesidad de poner fin a la irracionalidad que nos ha llevado hasta el
borde.
Son todavía muy poderosas las fuerzas que se resisten
al cambio que exigen sectores cada vez más amplios de la población mundial.
Saben que para detener la destrucción hay que cambiar el modelo de desarrollo.
Para salvarnos, para salvar a la Madre Tierra nuestra última oportunidad es
cambiar el Sistema.
Marco Aurelio Rodríguez /Prensa Hidroven
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